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Admiración a la poesía

Esos eran los momentos en los que la ganaba la impotencia. Impotencia de saber que hay una materia amorfa, dulce, iridiscente que pugna por salir a la superficie, por encontrar su forma. Y que a la vez, esa forma sería una condena. Nada llega al mundo sin escapar de la imperceptible corrupción de las conciencias. Pero ahí está, es una noción clara, presente e inexpresable. Se le ocurre que aquella que no puede pronunciar es la verdadera Palabra creadora, la obra de dios, aquella que es origen y razón de ser de todo lo desconocido, de todas las motivaciones humanas. Quizás es mejor que aquellos sentimientos firmes y centellantes sigan como silencios, como resquicios entre las palabras que construyen monumentos de bellezas sutiles, inmanentes e imperecederas. Sin aquella Palabra como trasfondo inalcanzable, ¿quedaría alguna promesa por alcanzar?

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