Las noches de Glendallgawl

Las noches eran distintas en Glendallgawl. Los viajeros experimentados evitaban el pueblo o se atrevían a cruzarlo sólo con especialistas. Y es que en Glendallgawl cada noche era diferente. Nadie sabía cuando había comenzado aquello o por qué se daba. La superstición decía que el pueblo había sido fundado por piratas traidores y que el mismo mar ante el desaire los había maldecido. Los menos crédulos suponían que sólo era una excusa de los hombres para liberarse de las crueles represiones sociales. Y es que en Glendallgawl la luna no sólo condicionaba las mareas, sino también el carácter de los habitantes. El viajante podía encontrarse entonces con grandes orgías a la luz de la luna cuando ésta, rosada, miraba desde su sarcástico trono celeste; asimismo se podía ser menos afortunado y llegar en la última fase del astro, cuando, como una hoz brillante, impulsaba a las almas hacia inconcebibles venganzas y traiciones. Muchos ingenuos de las afueras suponían que las noches de luna nueva eran un sosiego para los habitantes de Glendallgawl, pero ignoraban cómo los efectos de las oscuras tinieblas repercutían en ellos. Ése era el momento crítico, en el que las bajas pasiones, aquellas que el protocolo social del día exigía, se liberaban como sinuosas inyecciones de veneno hacia su conciencia. 
Con el tiempo muchos pretendieron que Glendallgawl era sólo un burdo mito que pretendía explicar el origen del miedo de los hombres a la oscuridad. Nunca lograron explicar esas mismas personas por qué aún los hombres se dividen y yuxtaponen en versiones antagónicas, siempre una para el día e invariablemente, una oculta (como una de las caras de la luna) para la noche. 

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