Pecado original

Miles de vidas se habían perdido durante la infructuosa búsqueda del Santo Grial. La suya era una tarea aún más ambiciosa, pues demostraría al mundo, no sólo la existencia de Dios, sino

 también la pecaminosa naturaleza humana y la consecuente necesidad de una vida dedicada a alcanzar la redención. Tenía la inamovible certeza de que encontrar el Árbol de la Sabiduría le permitiría todo aquello. Confiaba en que más allá de los rasgos míticos de las escrituras, el Árbol era real.

Por este motivo, dedicó toda su vida a los más afanosos estudios. Consciente de que el tiempo regular de la existencia humana no le alcanzaría para abarcar el caudal de conocimientos necesarios para dar con él, aceptó los heréticos medios que le permitirían prolongar su existencia. Llegó a decirse, luego de cientos de años, que no había libro que no hubiera leído o problema que no pudiera resolver. Había recorrido todo el universo conocido y no había perdido oportunidad de transmitir sus sagrados saberes a todo ser que encontró en su camino (todo saber era sagrado en la medida que iluminaban su camino hacia Él). Cuando hubo atravesado todas las fronteras materiales, supo, como aquellos descubrimientos brillantes e inevitables, que el Árbol no podía encontrarse en este plano. El afanoso y extenuante viaje interno le llevó otro cúmulo de siglos.

Por fin, las luces de su razón iluminaron el sendero anhelado. Encontró al árbol, majestuoso en toda forma posible. Le resultó razonable que a causa de su prolongada existencia ya no le quedaran muchas de las renombradas manzanas. Tomó conciencia de que, sin embargo, aún era necesario probar a los otros (a los demás, a quienes existían fuera de él en el mundo material) la existencia de aquél prodigio. Así pues, volvió sobre sus pasos. No muchos aceptaron oírlo, pero su pasión y su fama alentaron a muchos otros. Nunca se desalentó; estaba convencido de que después de la visión del Árbol cada uno de sus seguidores propagaría la noticia de su existencia a los cuatro vientos.

Les enseñó a todos los sinuosos caminos de su propia interioridad y cuando llegaron al cenit de su propio laberinto (eso que algunos infieles conocían como Nirvana) presenciaron como conciencias individuales y como unidad espiritual, el inverosímil Árbol de la Sabiduría. Se sorprendió de que una última manzana pendiera de sus ramas. No pudo evitar alegrarse pues ya no le quedaban más caminos por recorrer, más personas por conocer, más símbolos por descifrar, más recursos para encontrar aquella prueba final...

Con un indicio de pánico notó cómo todas las demás voces conscientes a su alrededor proferían exclamaciones de admiración ante la belleza y profusión de frutos rojos entre las ramas. Aún azorado, entre las finales nieblas de incomprensión, la última manzana cayó en su mano. Supo, tal como lo había sabido el Ángel Rebelde en el inicio de los tiempos que era inútil mirarla. Ya había desaparecido de allí.

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